martes, 1 de marzo de 2011

Los famosos límites por Mireia Long



Al hablar de límites, cuando queremos darles a nuestros hijos una crianza que respete sus necesidades, nos podemos encontrar con muchos dilemas. No queremos limitar su libertad de ser, ni el que sean capaces de confiar en nosotros, ni imponerles nuestras costumbres a costa de sus necesidades reales. Pero tampoco queremos confundirnos y criar salvajes sin respeto hacia los demás, ni empatía más que hacia si mismos, ni niños maleducados que no sepan comportarse.

Los límites, los famosos límites, se convierten, para muchos padres, en un problema. Marcar límites es algo que temen hacer, como si el guiar a sus hijos fuera equivalente a una crianza autoritaria. Desconocer la diferencia entre las necesidades reales y orgánicas y las secundarias es el gran dilema.

Es legítimo ese temor. Si sentimos que hemos crecido sin libertad y educados por el miedo y la amenaza, los límites asustan. Si no queremos eso para nuestros hijos podemos caer en el error de ignorar que los niños necesitan los límites para desarrollarse sanamente tanto como necesitan el respeto, la empatía y la libertad de ser niños y ser ellos mismos.

Límites orgánicos y límites culturales

Un bebé es pura necesidad instintiva. No hay que controlar su necesidad, ni verla como un intento de manipulación.

No ofrecerle la atención necesaria, no solamente en sus necesidades físicas de cuidado y alimentación, sino también las de contacto ilimitado, cariño, abrazos y caricias, puede dañarlos profundamente. Los bebés no piden nada que no necesiten, de hecho, lo que piden es estar pegados a nuestro cuerpo y recibir estímulos o reposo.

Para un bebé no hay límites, necesita brazos, pecho y entrega absoluta. Somos su hábitat y no es consciente de su existencia fuera de nosotros, como un ser con dos cuerpos, del que, al nacer, no se ha desgajado del todo psíquicamente. Todo en él es necesidad y expresión de necesidad.

Pero eso no quiere decir que vayamos a convertirnos en su reflejo, que cesemos toda actividad para estimularlos. No es bueno para el niño que sus padres la única experiencia que le ofrezcan sea pararse ante él y hacerle monerías. El bebé, colgado del cuerpo de la madre o del padre a veces, disfrutará también acompañándonos en la actividad diaria, el paseo, la organización del hogar y, como sucedía en otras culturas, en el trabajo.

Hoy, que los niños sigan a nuestro lado mientras trabajamos se ha hecho imposible en casi todas las actividades. Pero, más que eso, es preocupante el modelo de una sociedad hecha y pensada para el concepto de trabajo “masculino”, con horarios larguísimos que impiden a los niños pasar la mayoría de su tiempo de vigilia con los padres y son atendidos por cuidadores en grupos, en vez de en forma individualizada.



Las necesidades del bebé no son limitables

Los organismos vivos poseen los impulsos necesarios para completarse y adquirir sus capacidades naturales, por eso, es muy importante dejar que los pequeños experimenten a través de sus actos. Pero para que el niño sea capaz de tomar las decisiones libres precisan de un entorno físico y conductual seguro, limitado, en el que ejercitarse, tanto en lo motor como en lo afectivo.

A medida que el bebé va creciendo descubrirá lo más importante que todos hemos descubierto en la vida, el yo. Y entonces empezará a mostrar nuevas aptitudes en su relación con el entorno y también nuevas necesidades más complejas que el contacto físico.

Empiezan entonces a aflorar, paralelamente a las necesidades básicas comunes a todos los seres vivos, necesidades substutivas y secundarias.


Límites y necesidad en los bebés

Veamos esto más claro con un ejemplo. El bebé que tiene hambre necesita imperiosamente ser alimentado. Retrasar la toma por motivos educativos o creencias incorrectas sobre el tiempo de digestión de la leche, solamente sirve para hacerle sufrir y puede distorsionar su manera de percibir incluso la manera en la que es contemplado.

Si su necesidad real, dolorosa, hambrienta, no se atiende, el bebé siente que su necesidad no es tan importante para la persona de la que depende para todo, su apetito se modifica, su confianza en el amor que tiene derecho a recibir disminuye y, digámoslo, ponemos además trabas para poder mantener la lactancia materna si es la forma de alimentación que les ofrecemos.

En la misma medida debemos plantearnos sus necesidades de compañía en el sueño o de ser tomado en brazos. No son cuestionables, no son, por supuesto, manipulaciones, son impulsos naturales que nacen de su interior puro e instintivo. Son buenas para ellos, les hacen crecer según la pauta que su propia naturaleza les marca.

Y mientras tenemos un bebé los límites son algo abstracto, tan culturalmente cuestionable, que no deberíamos planteárnoslos como algo que marcar, pues el mismo bebé conoce su cuerpo y su mente y está dotado de las herramientas para moverse en ellos. Ya habrá, además, muchas circunstancias imprevisibles, en las que limitaremos el cumplimiento inmediato deseable de esas necesidades sin tener que marcar pautas o tiempos a los brazos, el sueño o la leche.


Los famosos límites

Pero nuestro bebé crecerá, y nos encotraremos con la necesidad, la obligación como padres, de establecer límites, los famosos límites, construirlos de manera segura, explicarlos en cuanto sea accesible la información para la mente infantil, y más adelante, a medida que avanza la infancia, llegar a pactarlos para lograr dotar a nuestros hijos de la capacidad de construir una verdadera responsabilidad autónoma cuando se adentren en la adolescencia.

El bebé descubrirá que él no es su madre, tocará su cuerpo y el de ella, estableciendo los primeros límites con los que se enfrentará: su yo y el mundo. Y con esto, entraremos en una nueva fase en la que los límites irán cambiando. Veremos en el tema siguiente como descubrirlos junto a nuestros hijos y como comenzar a establecer externamente los límites necesarios aprendiendo a leer en el comportamiento de los pequeños.



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